Guañuna: «de morir es»

Entre el 14 y el 23 de octubre se desarrolló la vigésimo primera edición del Festival Encuentros del Otro Cine (edoc), el festival internacional de cine documental. Se proyectaron 48 filmes de 25 países. La selección ecuatoriana incluyó a Guañuna, dirigido y editado por David Lasso.

Escribí un texto sobre el documental para el festival: Guañuna: «de morir es», disponible en su página oficial. Dejo por aquí un fragmento para que se animen a leer:

Sábado, 6 de enero de 2007, el cadáver de Paúl Alejandro Guañuna Sanguña, de 17 años, fue encontrado en la quebrada de Zámbiza. Tres policías fueron procesados y sentenciados; a los tres años, salieron libres. «La era de una Policía que se investiga a sí misma debe llegar a su fin. El Gobierno deberá crear un nuevo ente que esté en condiciones de investigar la presunta participación de la Policía en una muerte. De manera creíble, independiente, eficaz y ágil». Esto sugería Amnistía Internacional al Ecuador en 2007, a propósito de este y otros casos. Quince años después, bien le valdría al país acoger esa sugerencia para que la historia no se repita. Guañuna, nombre-cuerpo-documento quede como recordatorio de que, «para la cosmovisión andina, un niño es el hijo de toda la comunidad», por lo tanto, su historia, que es la nuestra, nos incumbe.

Efraín Jara Idrovo: de la partitura al sollozo

Duelos aparte, 2021 fue un año intenso y emocionante en muchos sentidos; el 2022 aún más. Tras una investigación a la que dediqué mucho trabajo y cariño, presenté mi tesis sobre la obra de Efraín Jara Idrovo y su relación con la literatura potencial. En el n.º de la Revista Pie de Página de la Universidad de las Artes se publicó un ensayo derivado de mi tesis sobre el poema sollozo por pedro jara (estructuras para una elegía)*: «Efraín Jara Idrovo: de la partitura al sollozo».

[Haciendo clic en el enlace pueden acceder a la versión digial del artículo. Dejo por aquí el resumen, por si tienen ganas de leer sobre poesía, música serial y cómo transformar el duelo en una obra abierta].

Resumen
El presente ensayo, derivado de un trabajo mayor que se propuso una aproximación al poema sollozo por pedro jara (estructuras para una elegía) desde una perspectiva oulipiana, busca explicar cómo opera la influencia de la música serial en la composición del poema y, a la vez, plantear, a partir de la idea de movilidad controlada propuesta por el autor para la combinación de «segmentos versales» o series en que se puede configurar el poema, que las instrucciones provistas en «Propósitos e instrucciones para la lectura» son esencialmente constricciones o contraintes; es decir, restricciones o reglas que se imponen en la construcción de una estructura literaria.

Palabras clave: sollozo por pedro jara, restricciones-constricciones, música serial, serialismo, literatura potencial.

Abstract
This essay, derived from a larger work that proposed an approach to the poem sobbing for pedro jara (structures for an elegy) from an oulipian perspective, aims to explain how the influence of serial music operates in the composition of the poem and, at the same time, to suggest, based on the idea of controlled mobility proposed by the author for the combination of «versal segments» or series in which the poem can be configured, that the instructions provided in «Purposes and instructions for reading» are essentially constrictions or contraintes; that is, restrictions or rules that are imposed in the construction of a literary structure.

Keywords: sobbing for pedro jara, restrictions-constrictions, serial music, serialism,potential literature.

* Nota sobre la escritura del nombre de poema: aunque la grafía varía entre ediciones alternando el uso entre mayúsculas y minúsculas, la escritura original del título (publicado en 1978 por la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay) se hizo íntegramente en minúsculas; apareció de la misma manera en la reedición publicada por el cuadragésimo aniversario, en 2018. Por este motivo, he optado por mantener la grafía original: sollozo por pedro jara (estructuras para una elegía), salvo cuando aparezca consignado de otra forma en una cita textual.

Manuscrito original del poema conservado en el archivo personal de Johnny Jara Jarmillo.

Las Albas | La palabra de los otros III

En este programa presentamos Las Albas, una versión multiplataforma de La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, producida en Guayaquil por Resonar, laboratorio de creación artística e innovación multimedia. La obra se desarrolla por mensajes de Whatsapp, Instagram y Zoom.

Si la La casa de Bernarda Alba tiene tres escenas; esta versión nos presenta un desarrollo en tres días.

Las Albas fue estrenada en junio de este año, y recientemente se presentó en el marco del Festival Internacional de Artes Vivas de Loja. Esta una propuesta que usa elementos como el encierro y el duelo para ligar la experiencia teatral con nuestra vida en medio de la emergencia sanitaria.

¿Quiénes son nuestros invitados?

Juan José Ripalda (Guayaquil, 1989). Ingeniero en sonido, músico, productor y artista multimedia. Máster en Sound Design de la Universidad de Edimburgo. En 2012 dirigió el Mapa Sonoro de Guayaquil. Fundador de Resonar, colectivo artístico/tecnológico.

Rocío Maruri (Guayaquil, 1991): Actriz, productora y directora teatral, licenciada en Comunicación Escénica. Representante de Ecuador en el Directors Lab: Lincoln Center 2018 en Nueva York. Se ha desenvuelto como actriz y asistente de dirección en varias obras.

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cultura/10/roxie-debe-convencer-al-jurado-en-20-minutos

Recomendamos, por supuesto, la lectura de La casa de Bernarda Alba, de Ferderico García Lorca. La obra se escribió en 1936, pero se estrenó en 1945. La pueden encontrar en este enlace de la Biblioteca Virtual Cervantes.

También recomendamos la lectura de Hamlet on the holodeck: the future of narrative in cyberspace, de Janet Murray. Una fascinante aproximación a las posibilidades narrativas que nos ofrecen los nuevos medios.

Les invitamos a acompañarnos en este diálogo que se pregunta sobre la relaciones entre la literatura, el teatro, el uso de las redes sociales, el trabajo con el espacio y el cuerpo en la era digital.

Habilidad con los caballos, de Roy Sigüenza | La palabra de los otros II

«abrazo tu cuerpo cerrado como un féretro, más duro que este cielo de óxido donde he perdido mis ojos».

Roy Sigüenza, Habilidad con los caballos (Quito: 2020, p. 144)

En esta edición de La palabra de los otros, presentamos una conversación con Roy Sigüenza, escritor portovelense, y con Fausto Rivera Yánez, editor de Severo editorial, apropósito del volumen que compila treinta años de la obra poética de Roy, Habilidad con los caballos, publicado en coedición entre Severo editorial y USFQ Press.

Para este capítulos nos planteamos algunas preguntas:

  • ¿Cómo se hace un libro?
  • ¿Quiénes intervienen?
  • ¿Qué políticas editoriales se ponen en consideración para presentar un título?

¿Quiénes son nuestros invitados?

Roy Sigüenza nació el 23 de mayo de 1958, en Portovelo, provincia del Oro.  Poeta y periodista. Estudió artes en Guayaquil y literatura en la Universidad Católica de Quito. Habilidad con los caballos. Poesía reunida 1990-2020 recoge treinta años de producción literaria. «Cabeza quemada», «Tabla de mareas», «Ocúpate de la noche», «La hierba del cielo», «Cuerpo ciego» y «Cuatrocientos cuerpos» son algunos de sus libros.

Fausto Rivera Yánez (Latacunga, 1989). Periodista, editor, crítico cultural y economista. Ha sido editor de la revista de economía másQmenos y de la revista de cultura cartóNPiedra, ambas del diario El Telégrafo, donde también fue editor de la sección cultural. Colabora con diferentes medios de comunicación y revistas académicas, locales y extranjeras. Actualmente es editor del sello independiente Severo, especializado en literatura y arte.

Te invitamos a ver esta conversación:

La palabra de los otros | 1

Estoy muy muy feliz de anunciar que, desde este este viernes, 6 de noviembre de 2020, me he sumado al equipo de Cuerdafloja, revolviéndo sonoridades, programa dirigido por la increíble Tatiana Carrillo.

En adelante, los viernes, cada quince días, tendremos un encuentro para hablar sobre literatura (literatura ecuatoriana, especialmente), compartir lecturas, plantearnos preguntas y descubrir juntas

Este primer programa está dedicado a la poeta guayaquileña Ileana Espinel Cedeño (31 de octubre de 1933-21 de febrero de 2001). El eje que he escogido es la relación entre el cuerpo, la enfermedad y los fármacos en la obra poética de la autora.

La tranmisión está disponible en Facebook live y YouTube.

Estos son algunos de los textos que sirvieron como referencia para este programa:

Pueden encontrar Con una Valium 10 haciendo clic en este enlace del Centro de publicaciones de la PUCE, tiene un prólogo increíble de María Auxiliadora Balladares.

Los 7 que fueron cinco, y viceversa está disponible en ISSUU. Tiene, asimismo, un gran texto introductorio de Freddy Ayala Plazarte.

También hay un texto mío: Los fármacos, la enfermedad y el cuerpo en Ileana Espinel Cedeño, publicado en el n. 13 de la revista Lexikalia.

Finalmente, les recomiendo escuchar Mar demente, musicalizado por Sr. Maniquí

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Estoy alerta. No es lo mismo que tener miedo, pero se le parece. Falta poco para que lleguen las horas de luz y empiece la tortura. Llevo días esperando esta extraña noche controlada para tener algo de sosiego. Tan pronto como se encienden los dispositivos comienza el ruido:

Sé cómo decodificar el ruido blanco, pero esto no. 

Abro los ojos: interferencia.

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Cierro los ojos: interferencia.

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Si pudiese controlar mi neurolink tendría una opción, pero esta intermitencia está fuera de las versiones que mi red neuronal reconoce, como si hubiese sido programada por una inteligencia arcaica que desconoce los protocolos actuales o como si hubiese un cifrado que no puedo desencriptar.

La duración se ha prolongado. 
Abro los ojos: glitch.
Cierro los ojos: glitch-glitch-interferencia.
Abro los ojos.
Ruido.

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Mi traductor ha logrado procesar fragmentos que parecen pertenecer a una tradición literaria.

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*Karl Ove Knausgard, La isla de la infancia

El txt habla de memoria y recuerdo. Hay frases que parecen aleatorias, no tienen sentido en este contexto. «interés personal».

Neurolink_describe:
1 // Search_ “persona” 
__ Préstamo (s. XIII) del latín persona ‘máscara de actor’, ‘personaje teatral’, voz de origen etrusco. Por metonimia pasó de las acepciones teatrales a designar al individuo mismo, generalizándose al ser de la especie humana.

2 // Search_ “individuo”
__ Individuo ​ se refiere a una unidad frente a otras unidades en un sistema de referencia.

Interferencia


Bea:  https://www.tumblr.com/blog/nuevaalquimia


Jamel: https://www.instagram.com/p/CFor3NXlcKB/?igshid=180rnqzjf5ix0

Diana: https://mobile.twitter.com/a9Dxmg8WSlgbrZZ 

Ana María: https://herbolariavirtual.wordpress.com/2020/09/29/oraculo/

Laura: https://mega.nz/file/8Z5hiAwb#iD_WtrV9WSQ1wQj-3qnbP25pKhPaReLKfzrrCxwaWiQ

Clarice Lispector: «Vivir es mi código y es mi enigma»

Collage elaborado por Marcela Ribadeneira (cortesía de la autora)

Pueden ver más de la obra de Marcela haciendo clic sobre su nombre.

Este texto fue publicado originalmente en la edición de marzo 2020 de CartónPiedra.

■ Revelación de lo mínimo

Ser hija de Mania —tal era el nombre de su madre— fue determinante en la escritura de Clarice. Si cambiásemos una tilde en el nombre materno, la escritora habría sido hija de manía. En cualquier caso, Chaya Pinkhasovna, su apelativo original, es, de acuerdo con la mitología, hija de una diosa: Mania era la diosa de la muerte en la mitología etrusca y romana; Manía, en cambio, una de las deidades griegas de la locura. Una tilde de diferencia y hubiera cambiado todo el marco referencial, aunque quizá no su sino.

La madre de Clarice —dice Benjamin Moser— fue violada en la Primera Guerra Mundial y contrajo sífilis[1]. En el este de Europa la creencia popular decía que un embarazo podía sanar a una mujer afectada por esta enfermedad, así que Clarice nació de este afán de salvación, al que le sobrevinieron la frustración y la culpa. La madre murió diez años después de su nacimiento. Tener consciencia de los propósitos para su existencia, marcó su literatura.


«Para llegar a uno mismo hay que pasar por el otro, para ser sujeto hay que ser primero objeto y arte: al menos así ocurre en la mejor literatura», dice en un texto sobre Clarice Lispector Jorge Carrión del New York Times.

Clarice es arte, es lenguaje, es lo que escuece y devenir. Su obra es una incesante reflexión sobre el lenguaje, sus límites y lo que se escamotea en las palabras. La tentación del silencio. Entre sus textos se encuentran lo mismo novelas, cuentos, crónicas, textos inclasificables, que consejos de seducción en revistas de moda —la belleza de la frivolidad—, reflexiones sobre la modernidad y el desarrollo, el concepto de saudade o la imperiosa necesidad de escribir. En ella se conjugan «la mirada, a la vez visionaria e implacable, la consagración del instante y la importancia de lo aparentemente banal»[2]. Su obra es, como el título de uno de sus libros: la Revelación de un mundo; la revelación de lo mínimo.

La autora de Cerca del corazón salvaje no solo es considerada, junto con Guimarães Rosa, la gran escritora brasileña de la segunda mitad del siglo XX, sino que su obra es uno de los objetos de estudio favoritos de la crítica. Aunque gozó de reconocimiento en Brasil mientras vivía, las traducciones e internacionalización de sus obras la consagraron.

Pero hay también en la obra de la brasileña un cierto hermetismo, una pulsión de lo abyecto, lo ominoso, que se articula en lo que Yudit Rosembaum, crítica literaria paulista especializada en la obra clariciana, llama «una potencia revolucionaria de lo que se entiende como el ‘mal’»[3]. Jorge Luis Barrios, en su ensayo El cuerpo disuelto: lo colosal y lo monstruoso, dice que, en el arte de posguerra del siglo XX, pasando por los escritos de Bataille, Gênet, Lispector, Burroughs, hasta las estéticas ciborg, buena parte de la producción profundiza «en lo informe para subvertir los usos ideológicos de lo bello y lo sublime». En los autores mencionados habría una problemática «de la destitución del sentido moderno del sujeto y de los usos sociales, políticos y morales de la burguesía, y las contradicciones y perversiones que anidan en su discurso»[4].

Es así como llegamos a una de las novelas más sobresalientes de Lispector: La pasión según G. H., publicada originalmente en 1964. Con esta obra, la autora pone de manifiesto conflictos de clase que la sociedad brasileña había mantenido ocultos. La obra se desarrolla enteramente en la habitación de la empleada —que ha sido despedida— y nos permite, por un lado, una lectura sobre la clase burguesa aún dependiente del servicio doméstico —ligero vestigio colonial—, a la vez que devela una mirada sobre lo urbano, lo doméstico y lo animal. Pero más allá de esta lectura, podemos abordar la obra desde un punto de vista filosófico que expande las posibilidades de aproximación.

En La pasión según G. H., Lispector comienza una autoexploración que termina siendo una renovación vital que nos introduce en el devenir menor.

G. H., ceramista y personaje central de la novela, se encuentra haciendo la limpieza del cuarto de Janair, la expleada y, a partir del encuentro con una cucaracha en el armario —a la que termina matando y, finalmente, ingiriendo— comienza una autoexploración que termina siendo una renovación vital que nos introduce en uno de los conceptos más interesantes de la filosofía contemporánea: el devenir menor, planteado por Deleuze y Guattari.


Una breve explicación: François Zouravichvili, explicando a Deleuze, nos dice que ‘devenir’, es en primer lugar, cambiar y mudar las relaciones con los elementos habituales de nuestra existencia. Esto a la vez, implica «la inclusión la un afuera: entramos en contacto con algo distinto de nosotros mismos, algo nos pasó». En segundo lugar, implica un encuentro: «uno se convierte a sí mismo en otro que en relación con otra cosa»[5].

En el ensayo «De arañas y cucarachas: Devenir-animal y la potencia de lo abyecto. Un acercamiento a La pasión según G. H. y Aracne»[6] se plantea que este proceso se realiza en dos instancias, primero, la protagonista deviene mujer-sí-misma en cuanto toma consciencia de sí; y, en segundo lugar, deviene animal, cucaracha, por medio de la ingesta, pues halla una zona de indiferenciación: «Tenía yo en la boca la materia de una cucaracha, y por fin había realizado el acto ínfimo. // No el acto máximo […] Por fin mi envoltura se había roto realmente, y yo era ilimitada. Por no ser, yo era»[7]. G. H., en uno de los fragmentos enuncia la fórmula del devenir menor (N-1) propuesta por Deleuze y Guattari en Mil Mesetas: «Cuando me hallaba sola, no se producía un desfondamiento, tenía solamente un grado menos de lo que yo era»[8]

Igual que sucede con Proust o Kafka, la literatura se anticipa al pensamiento de Deleuze y Guattari, pues el libro de Lispector se escribe catorce años antes que la enunciación de la fórmula del devenir. Acontece en la obra de Lispector lo que en dijera en Un soplo de vida: vivir se convierte en un código y un enigma.


[1] Esta es una teoría planteada por Benjamin Moser en Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector (Siruela, 2017); sin embargo, no es un hecho probado.

[2] Elena Losada Soler (2001). «La palabra visionaria», Revista de libros.

[3] Yudit Rosembaum (2006). Metamorfoses do Mal: Uma leitura de Clarice Lispector. São Paulo: Editora da Universidade de São Paulo, 11-12.

[4] Jorge Luis Barrios (2010). El cuerpo disuelto: lo colosal y lo monstruoso. México: Universidad Iberoamericana, 105.

[5] François Zouravichvili (1997). «¿Qué es un devenir para Gilles Deleuze?», Reflexiones Marginales.

[6] Andrea Torres Armas (2019). Linha Mestra, n.º 38, p. 66-72. DOI: https://doi.org/10.34112/1980-9026a2019n38p66-72

[7] Clarice Lispector (2013). La pasión según G. H., 174.

[8] Lispector (2013: 25).

LAS OLAS, DE VIRGINIA WOOLF | reseña sobre un cuerpo que lee

Yo

Leo. Me acuesto bocabajo y noto cómo, de repente, mi cuerpo emula el vaivén de las olas.
Se repliega sobre sí mismo.
Se expande y se contrae: mi pelvis como las palabras.
—Sal.
—Silencio.
—Espuma.

Estoy siendo por fuera del tiempo. Me dilato.
Nadie puede acceder a lo que pienso verdaderamente.

La exteriorización de las palabras puede falsear el mundo, pero el cuerpo no puede falsear el ritmo.

Soy las palabras deslizándose desde mis ojos hasta la entrepierna.

Ella


«I am writing to a rhythm and not to a plot».

Virginia Woolf


El espacio entre las dos

Dice Bernardo: «Nuestras palabras nos funden el uno en el otro. Y entre ambos, formamos una especie de territorio impregnable» (p. 11)*.

Eso somos hoy, Virginia. Palabras formando territorios. El pliegue de las olas sobre sí mismas. Aquel que cree que su cuerpo es rizoma y se extiende al universo. Él pasando a ella que piensa en otro. La multiplicidad.


Pienso en esta obra y no puedo dejar de emparentarla con el Ulyses, de James Joyce; En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust y, aunque posterior, La nave de los locos, de Cristina Peri Rossi.

Creo que este texto se podría analizar desde Borriaud y su idea del radicante; desde Deleuze y el rizoma. Pienso en dos elmentos esenciales: la novela como subversión cognitiva y el relato en sí mismo como creador de sentido


¿Cuál es nuestra posición como lectores frente a un texto?

* Referencia bibliográfica: Virginia Woolf, Las olas, trad. de Lenka Franulie (Facultad de Ciencias Sociales-Universidad de Chile, 1996-2000).

Fin y principio | Wislawa Szymborska

Hoy, que en esta latitud equinoccial es Mushuk nina, la Fiesta del fuego nuevo y además el Día de la poesía, quiero dejarles este poema de la escritora Wislawa Szymborska, premio Nobel de Literatura en 1996. Que esta pandemia nos coja con esperanzas renovadas para afrontar lo que se viene.

A continuación el poema leído por mí y el texto:

Fin y principio (1993)

Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.

Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.

Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.

Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.

A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.

Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.

Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.

Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.

En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.

Necropolítica y biopoder en tiempos de pandemia

Sé que esta publicación no sirve para nada, pero no he podido dejar de pensar en la necropolítica y el biopoder (Achille Mbembe y Foucault me acompañan). Recordemos que la necropolítica, más que el derecho a matar, presenta la posibilidad de exponer a otros a la muerte (inserte aquí su población vulnerable favorita: adultos mayores, poblaciones empobrecidas, cuerpxs otrxs, grupos que deberían contar con atención prioritaria, pero son precarizados).

La escritora y activista Clara Valverde nos decía en una entrevista para Kaos en la red que la necropolitica


«Es la política basada en la idea de que para el poder unas vidas tienen valor y otras no. No es tanto matar a los que no sirven al poder sino dejarles morir, crear políticas en las que se van muriendo.

Los excluidos son los que no son rentables para el poder ni para implementar sus políticas. Son los que no producen ni consumen, los que, de alguna manera, sin querer y sin saberlo en la mayoría de los casos, solo existiendo, ponen en evidencia la crueldad del neoliberalismo y sus desigualdades».

Ante esta realidad solo nos queda la empatía radical; es decir, ponerse en el lugar del otro; mostrar lxs otrxs que su sufrimiento nos incumbe. Pero mostrar aquí no implica quejarnos en redes sociales rasgándonos las vestiduras o exponiendo nuestros privilegios, podríamos hacer centros de acopio de artículos de primera necesidad en nuestros barrios, coordinar con instituciones como el cuerpo de bomberos y gestionar ayuda humanitaria. Es cierto que todos nos expondríamos (habrá que tomar medidas sanitarias si logramos hacer algo). La cosa es que, al final, la empatía radical se fundamenta en darnos cuenta de que lxs otrxs no son tan diferentes que nosotrxs mismxs.

Y ya, ya que me puse a escribir, invoquemos a Whitman:

«Me celebro y me canto,
y todo lo que asumo, tú también lo asumes
porque cada átomo que me pertenece también te pertenece».

La sirena negra: el seductor canto de la muerte | Reseña

Breve reseña de la novela de Emilia Pardo Bazán, publicada en 1908.


Del relato homérico aprendimos las advertencias que le hiciera la soberana Circe a Odiseo para cuando se cruzase con las sirenas:


Primero llegarás a las Sirenas, las que hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las Sirenas ya nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan éstas con su sonoro canto sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil —que sujeten a éste las amarras—, para que escuches complacido, la voz de las dos Sirenas; y si suplicas a tus compañeros o los ordenas que te desaten, que ellos te sujeten todavía con más cuerdas[1].

Odiseo y las sirenas

¿Hay alguien que nos advierta sobre la seducción que ejercen los cantos de la muerte sobre los hombres? Quizá pudiéramos aventurarnos a decir que lo hace Emilia Pardo Bazán en La sirena negra, publicada en 1908. Difícil de encasillar en un movimiento específico, esta novela juega con los lindes del realismo, del naturalismo y aun con el surrealismo.

Las reflexiones teosóficas y sobre «la Seca» —alegoría de la muerte— son el centro de las cavilaciones y el eje conductor de las acciones de Gaspar de Montenegro, el protagonista de esta obra: un aristócrata potentado desilusionado de la vida. La narración, mayoritariamente en primera persona con diálogos interpolados, se inicia in medias res, mientras Gaspar camina en medio de la noche, presentando así los rasgos de una ciudad cosmopolita. La narración está en presente, aunque recurre a analepsis y prolepsis para darnos a conocer la vida, no solo de Gaspar, sino la de su hermana, Camila; el pequeño Rafaelín, objeto de sus afectos (no es un decir, existe una cosificación del infante), quien será adoptado por Montenegro tras la muerte de Rita Quiñónez para satisfacer el ansia de paternidad del desencantado.

Como un rasgo propio del naturalismo, ecografía de la vida de inicios del siglo XX, la obra abunda en descripciones de situaciones y lugares que nos acercan a la psicología de los personajes. Con un lenguaje refinado y preciosista, la obsesión con la muerte se expresa constantemente. La situación de privilegio del varón aristócrata se manifiesta no solo en los modos de vida, sino también en la asimetría de las relaciones de poder que ejerce sobre su herma, a quien mira como inferior en dotes y carácter, e incluso con Annie, la preceptora del niño, cuyo cuerpo será también objeto de deseo y que terminará violentando solo para dar cuenta de que la violencia y el poder se ejercen sobre los cuerpos vulnerables solo porque se puede.

Narrada con gran maestría, esta novela hace gala de diversos recursos narrativos que nos llevan a presenciar las aspiraciones más nobles y los deseos y actos más concupiscentes del hombre, no del ser humano. Al respecto, nos dice el protagonista en un soliloquio: «El “género humano” es el vocablo más vacío de sentido; no hay humanidad, hay hombres»[2].

La danse macabre

Particular atención merece el capítulo quinto, que se desmarca del resto de la obra para, en un flujo de consciencia, llevarnos por un sueño premonitorio de la muerte que evoca a las Danzas macabras tardomedievales.

La muerte, indefectible e inescrutable, se presentará ante Baltazar, pero no le alcanzará. Los cantos de la Sirena Negra, que acapararan la vida entera de este hombre, serán el augurio de ese montón de huesos humanos putrefactos que se presentan ante cualquiera que no sea Ulises.


[1] Homero, «Canto XII», Odisea (Madrid: Cátedra, 1987), 40.

[2] Emilia Pardo Bazán, La sirena negra (Biblioteca Virtual Universal-Editorial del Cardo, 2006), 2.


Sobre la autora

(La Coruña, 16 de septiembre de 1851-Madrid, 12 de mayo de 1921). Condesa de Pardo Bazán, novelista, periodista, feminista, ensayista, crítica literaria, poeta, dramaturga, traductora, editora, catedrática y conferencista española, introductora del naturalismo en España. Aunque se postuló tres veces, nunca llegó a ocupar un lugar de la RAE. Ciertos ‘caballeros’, miembros de la Academia, como Juan Valera, se opusieron a su incorporación aduciendo ‘argumentos’ como que su «su trasero no cabría en uno de los sillones de la RAE».

Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca | Reseña

Diorama bolsillo Poeta en Nueva York Federico García Lorca
Diorama de bolsillo Poeta en Nueva York

Escrito entre 1929 y 1930 durante su residencia en la universidad de Columbia, Poeta en Nueva York (originalmente Nueva York en un poeta) fue publicado de manera póstuma (1940) con diferencias estructurales entre sus versiones española y bilingüe.

Nueva York es una ciudad que impresiona sobremanera a García Lorca: exuberante y voraz; despersonalizada a ratos o con multitudes agobiantes, es una metonimia de la vorágine y de la ciudad en sí misma. Su estética habría estado inspirada en el Manifiesto surrealista; supone una renovación en el aspecto formal y se aleja de aquella poesía de corte hispanista de Romancero gitano; sin embargo, el tema de los otros, los rechazados, es un punto en común. Lo que en el romancero fueron los gitanos, lo serán los negros de Harlem en este poemario.


Están presentes la arquitectura; la música, el baile; la aversión a la ética protestante —y al culto— visto desde la óptica de un católico andaluz; la soledad, lo abyecto, la muerte y el impacto del crash de la bolsa de valores. «Geometría y angustia», dice García Lorca.
El poemario no expresaría una vivencia personal (como anécdota), sino una visión onírica y subterránea de la ciudad.

Aquí algunos fragmentos de mis poemas favoritos:

«No preguntarme nada. He visto que las cosas
Cuando buscan su curso
Encuentran su vacío». «1910 (Intermedio)»

«Yo tenía una niña.
Yo tenía un pez muerto bajo la ceniza de los incensarios».
«Iglesia abandonada (Balada de la gran guerra)»

«La mujer gorda, enemiga de la luna, corría por las calles y los pisos deshabitados […]
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas. Son los cementerios, lo sé, son los cementerios y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena. Son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora los que nos empujan en la garganta».
«Paisaje de la multitud que vomita (Anochecer de Coney Island)»

La posibilidad de una isla

Escribir sobre nosotras mismas, sobre nuestra escritura, a veces nos hace recordar que «ninguna mujer es una isla», parafraseando a John Donne.

Ilustración Dusteam para Revista Tangente Gecko UArtes
Ilustración de Dusteam para Tangente n.º 6

Una deconstrucción siempre tiene como objetivo revelar la existencia de articulaciones y fragmentaciones ocultas dentro de totalidades aceptadamente monádicas.
Paul de Man

*

Llevo meses con la hoja en blanco y haciendo las lecturas mínimas. Leer es un ejercicio de confrontación. Leer algo ‘inadecuado’ en un estado de vulnerabilidad puede ser iluminador o una forma más de descender. He pensado mucho en el viaje, en la exploración, en la literatura, en esa catábasis y anábasis que se suceden; en que leer y escribir pueden presentar esa misma dualidad del pharmakon y la naturaleza vectorial del viaje hacia las costas o al interior de una misma. 

Repasando mis bitácoras he visto que, sobre el papel, una no puede volver sobre las experiencias, pero sí seguir las huellas, remontarse al rastro: ¿autohistoria o ficcionalización de la vida? Ahora mismo, esta escritura es ese proceso de ida y vuelta, arqueología de mí misma. Yo, mujer-andina-escribiéndome-en-el «hervidero del hampa huancavilca» —como dice el Tush—, me asimilo como si fuera una isla: voy a buscarme caminando el río. ¿Qué ha pasado desde el descenso desde los 3078 m s. n. m., en que estaba mi casa, hasta venir a esta «tierra del prado hermoso asentada en la región del Quilca?».

**

Cuando me mudé a Guayaquil empecé una bitácora al estilo de las crónicas de Indias y los diarios de viaje de las expediciones científicas. «T. Señora de las altas tierras», se titula. La primera entrada decía:

Me gustan los números. Yo misma me considero un punto cero de referencia. En los 11 810 días que han trascurrido desde el día en que nací hasta que se inicia este documento, cientos de cifras me han acompañado: conjuntos, fechas, distancias, coordenadas, magnitudes… El más reciente número significativo: 3078 —añádase a la cifra la sigla de metros sobre el nivel del mar—. Mis dominios allende los Andes se extendían sobre esa altura.

Han pasado 3528 horas (y contando) desde que Tobi, el ‘adelantado’, partió de Quito para establecer nuestra base en Santiago de Guayaquil. 2° 8’ 12,1’’ Sur; 79° 53’ 29,5’’ Oeste son las coordenadas que mi explorador escogió para establecer la embajada de Tobisburgo y Nueva Teledonia. La locación se ubica a 1,4 km hacia el oeste del río Daule. El sector en que nos ubicamos es conocido como Sauces 7, este será el punto de partida y de retorno para nuestras expediciones durante los próximos cuatro años. Vine a estudiar Literatura. Me gustan los números, sí, pero la palabra me atraviesa.

Nada queda ya de esa voz impostada. Las entradas de la bitácora han ido menguando con el paso del tiempo. Soy, en notas adicionales, una pésima escritora de viajes, más si la intensidad de la vida me abruma tanto que ni siquiera puedo sentarme a escribir al término de los días o los lugares. Hay días en que me debato entre vivir y escribir, como si de alguna manera no fueran para mí la misma cosa. Guayaquil, quizá con la expansión de mi caja torácica en la que ahora cabe más oxígeno, me ha regalado nuevos matices en la voz y el sonido del flujo del agua.

***

Soy, a veces voz,
a veces cuerpo
a veces nada.

****

Ahora mismo entiendo las identidades como tránsito. Me reconozco como un sujeto sonoro en movimiento, aunque mi musicalidad actual sea una mera contingencia (¡maldigo al zapatero que hizo que el cierre de mis botas favoritas parezca un cascabel!). Pienso en ese verso de Drexler: «No estar en, sino ser el movimiento», que quizá para Deleuze sería: «No definirse, sino haceos rizomas».

Si pienso en esta idea del movimiento, me encuentro con que no solo mi idea de identidad es la que veo como un tránsito, sino que, en efecto, he sido este tránsito identitario y vivencial: cambiando de opinión, posturas críticas, domicilios… Pienso en mi subjetividad, en mi contexto, en mi propio cuerpo como materialización de la transformación del sujeto político. Soy todo el bagaje social, familiar, cultural, mis propias expectativas, aciertos, casos fallidos. Proceso. Esa distancia entre lo que soy y lo que quisiera ser.

La Agrado, de Almodóvar, decía que una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñada de sí misma. Eso: lo que soy, cómo escribo, es un perpetuum mobile que oscila entre lo que empecé siendo en la llakta y el infinito.

*****

Si ahora mismo escribo sobre mí no es por onanismo. Vine a Guayaquil a estudiar Literatura. Alguna vez estudié Sociología y no se me permitía escribir sino en tercera persona para denotar ‘imparcialidad’ (una mentira que durante muchos años se han creído los cientistas sociales y los periodistas). En los últimos diez años, además, he trabajado como correctora de textos: mi función se centra en que se entienda —sin lugar a dudas— lo que los otros quieren decir. He postergado mi voz. Ahora, me estoy escuchando.

******

«No saber de uno mismo; eso es vivir. Saber mal de uno mismo, eso es pensar».
Pessoa, Libro del desasosiego.

Este texto apareció originalmente en la revista Tangente, n.º 6, Gecko (Guayaquil, UArtes: diciembre de 2019).

Peces de ciudad

Relato de ficción que proyecta una catástrofe ambiental dentro de diez años. Quisiera que fuese una distopia futurista y no una predicción que de que «El mar era un cementerio sinuoso».

No podía recordar la última vez que entró a un lugar que no tuviera el aire acondicionado encendido. La idea de una temperatura ambiente agradable se había convertido en algo lejano; hacía tiempo que los termómetros no bajaban de los 35 °C. Cuando el mozo se acercó, pensó —con cierto pudor— que era demasiado temprano para pedir cerveza, pero la sed era más fuerte y aún tenía que hacer tiempo. Minutos después, mientras miraba una gota de agua deslizarse por la superficie del vaso recién salido del refrigerador, imaginó que su frente y espalda debían verse igual, empapadas de sudor.

Antes de salir, escuchó la conversación de la mesa de al lado y recordó que debía volver a untarse el bloqueador solar y ponerse la camiseta de mangas largas para evitar las quemaduras. —Ayer el bebe salió quince minutos y regresó rojito como camarón, ya no se puede andar así nomás.

Ataviada y con la maleta al hombro, se encaminó hacia la playa.

Un destello verdiazulado se reflejaba sobre el mar y se emocionó. Apretó el paso, pero al llegar junto a las fibras pesqueras, la imagen que se había figurado se vio corrompida. Miles de botellas plásticas se balanceaban con la marea confundidas con un montón de cadáveres de peces flotando panza arriba. La basura se extendía en el horizonte y el olor fétido se le instaló en el hipotálamo. Hubiera querido descalzarse, extender una toalla y después zambullirse en el mar, pero ya no había ni arena, sino un sinfín de micropartículas plásticas bajo sus pies. El mar era un cementerio sinuoso.

Hace varios años había escuchado de unas islas flotantes en el Pacífico, en el Índico y el Atlántico. Una especie de ingenuidad juvenil le había hecho querer viajar allí, pero cuando descubrió que las islas eran toneladas de basura y no los Uros oceánicos que se había imaginado, se horrorizó. Ahora sabía que esas islas se habían convertido ya en algo similar a las placas continentales y la contundencia de la estupidez humana le pesó sobre los hombros. Hubiese querido que su abuela estuviera ahí. No, mejor no, se hubiera muerto de nuevo del coraje. Ana había escuchado cien mil veces la misma discusión en las reuniones familiares:

—¡Ahora tanto adefesioso comprando platos desechables! Para no más de comer y luego lavar, andar gastando en tonteras.

—Ay, mamá, ¿quién va a estar lavando todo esto? Así es más fácil.

Su abuela sabía. Ana no entendía cómo, en cambio, alguien como su mamá pensaba que era fácil extraer petróleo, procesarlo, convertirlo en plato, distribuirlo en su supermercado de confianza para ser usado por menos de media hora y que luego este regrese a la tierra de la que, inicialmente, nunca debió haber salido.

Escuchó su nombre y se volteó. El resto del equipo de biólogos acababa de llegar. Debían empezar la recolección de muestras. Desde que los plásticos inundaban el mar, los peces que no habían muerto habían tenido que adaptarse. Eran como esos barquitos que vendían dentro de botellas de cristal: diminutos, rígidos y como embalsamados. Peces dentro de escaparates. Peces de ciudad. Ana tendría que averiguar si el consumo de esta mutación tendría efectos dañinos o si era una opción viable, ahora que ya no había nada más.

Este texto fue publicado originalmente por Diario EL TELÉGRAFO (31/12/2019) bajo la siguiente dirección: 
https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cultura/10/plasticos-playas

Chicas muertas, de Selva Almada | Reseña

Pensad que esto ha sucedido:
os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
al estar en casa, al ir por la calle,
al acostaros, al levantaros;
repetídselas a vuestros hijos.
Si esto es un hombre
(Primo Levi, Trilogía de Auschwitz, 2017:29)

Vivo en un cuarto piso y estoy sola, mi marido está de viaje. Por primera vez en muchos años he puesto seguro en cada una de las puertas de mi casa. Un viento inusual, que viaja a más de veinte kilómetros por hora, se pelea con las hojas de zinc que recubren mi techo. Ese sonido, como de trueno, hace que me sobrecoja. A veces, Guayaquil hace que me duela el cuerpo. La escena que estoy viviendo es la misma que vive Andrea, mi tocaya, una de las protagonistas del libro que leo. Ella no despertó del sueño, ¿lo haré yo?

Chicas muertas, de Selva Almada, es un relato profundo y sin concesiones que oscila entre la crónica policial y el thriller, pero va más allá de eso. La narración parte de tres casos reales, «tres muertes impunes ocurridas cuando todavía, en nuestro país, desconocíamos el término femicidio». Almada, implicándose desde el primer momento en el relato, se remonta a sus recuerdos en la década de los ochenta, para contarnos las historias de Andrea Danne, quien fue hallada muerta en su cama, apuñalada; María Luisa Quevedo, cuyo cadáver, con el rostro picoteado por los pájaros, se encontró abandonado en un terreno baldío; y, Sarita Mundín, desaparecida —probablemente— debido al tráfico de mujeres.

Almada recuerda cuando escuchó en la radio la noticia de la muerte de Andrea. Entonces «no sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer» o que «la casa […] no era el lugar más seguro del mundo. Adentro de tu casa podían matarte. El horror podía vivir bajo el mismo techo que vos». A la noticia le sobrevino el silencio, el suyo y el de su padre. ¿Qué se puede decir frente al horror? O se calla o se escribe muchos años más tarde, como Primo Levi o Selva Almada.

Almada hace uso de múltiples voces narrativas, en primera y tercera persona especialmente, y varía entre el discurso directo y el indirecto libre. Incluso las chicas muertas pueden hablarnos. La autora, con eso, nos propone habitar una zona de indiferenciación entre nosotras y el afuera. Lo mismo hace uso de los recursos investigativos más pedestres como de lo esotérico —encarnado en la «Señora», una médium por medio de quien las occisas se expresan—, para proponernos: «Lo que tenemos que conseguir es reconstruir cómo el mundo las miraba a ellas. Si logramos saber cómo eran miradas, vamos a saber cuál era la mirada que ellas tenían sobre el mundo».

Noticias como las que son materia del libro llenan a cada día las páginas de los diarios en casi todos los países de Latinoamérica y usualmente la impunidad es también el pan de cada día, da lo mismo si los crímenes suceden en las grandes ciudades o, como en este caso, en las afueras. Algo que aprendemos con esta narración es que la muerte también tiene periferias y en sus márgenes también están los pobres y, lastimosamente, las chicas muertas.

Referencias bibliográficas:

Almada, Selva. Chicas muertas. Buenos Aires: Literatura Random House, 2014. E-book.
Levi, Primo. Trilogía de Auschwitz. Colombia: Editorial Planeta, 2017, 2.ª edición.